Pasos en el corredor
Hacía varios días que Daniel estaba internado en aquel hospital. Su condición no era mala pero aún debía permanecer allí. Casi todo el tiempo estaba solo. Acostado en aquella pequeña habitación, las horas pasaban lentas. Cuando una enfermera entraba a inyectarlo o a ver si estaba bien, Daniel entablaba alguna corta conversación, luego volvía a estar solo, y las horas volvían a dilatarse. La ventana daba a un muro blanco, tan lúgubre como la habitación, y la sombra del techo de deslizaba en ese muro a medida que el sol ascendía, y con la cabeza ladeada Daniel contemplaba esa sombra, aburrido a más no poder. Dormía mucho durante el día, y por las noches perdía el sueño.
Una madrugada, escuchó a unos pasos que avanzaban por el pasillo. Algo en aquellos pasos llamó su atención. Se irguió un poco al apoyarse sobre sus codos y escuchó. Los pasos cruzaron lentamente frente a la puerta y siguieron, poco después dejó de oírlos. Por la fuerza de la costumbre más que nada, estiró el brazo hacia la mesita que tenía al lado de la cama y miró la hora; eran las dos y media.
La madrugada siguiente, creyó reconocer el sonido de los pasos de la noche anterior. Con el mismo ritmo y la aparente falta de prisa, los pasos cruzaron frente a su habitación. Al consultar el reloj, éste marcaba la misma hora de la noche pasada, las dos y media. A la noche siguiente ocurrió lo mismo.
Había entrado en confianza con una de las enfermeras, y conversando le comentó lo de los pasos.
- Mejor no prestes atención a esos sonidos - le dijo la enfermera mientras preparaba una inyección.
- ¿Por qué?- Este hospital es muy viejo, y, no quiero asustarte, pero… han pasado tantas cosas aquí que, cómo decirlo, puede no ser algo bueno lo que cruza a esa hora.
- ¿Y qué te han dicho sobre esos pasos? - insistió en averiguar Daniel.
- Nada, son cosas que se dicen. Lo que tienes que hacer es tratar de dormir.
- Gracias por preocuparte.
- Me preocupo como me preocupo por todos.
- ¡Ah! Me rompiste el corazón.
- ¡Jajaja! Ahora basta de charla que tengo que hacer mi trabajo.
Al llegar la madrugada, nuevamente Daniel estaba atento para escuchar los pasos. Los oyó avanzar por el pasillo, pero esta vez se detuvieron frente a la puerta de la habitación. La puerta se fue abriendo lentamente, y un demonio asomó la cabeza de pronto, y mirando a Daniel abrió la boca y de ella salió una lengua bifurcada como la de las víboras, e igual que un reptil la movió rápidamente hacia todos lados, y era un ser tan horrendo que Daniel enloqueció de terror.
Al llegar la mañana se estaba babeando y tenía la mirada perdida, no hablaba ni reconocía a nadie.
Lo internaron en psiquiatría en el mismo hospital, y ya nunca pudo irse de allí.
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